Discurso de ingreso como Director del Departamento de
Arquitectura del Amour Institute of Technology [AIT] de Mies van der Rohe el 20 de noviembre de 1938 con ocasión
del Testimonial Dinner en la Palmer House de Chicago.
La educación tendrá
que dirigirse en primer lugar a los aspectos prácticos de la vida. Pero para
poder hablar de verdadera educación, ésta ha de abarcar los aspectos personales
y llegar hasta la formación de personas.
El primer objetivo ha de capacitar al individuo para afirmarse en la vida práctica, suministrándole los conocimientos y facultades necesarias para ello. El segundo objetivo está encaminado a formar la personalidad. Le ha de capacitar a utilizar correctamente los conocimientos y facultades adquiridos. Por lo tanto, la verdadera educación no sólo aspira a alcanzar unos determinados fines, sino a establecer también unos valores. A través de nuestros fines nos vinculamos a la estructura específica de nuestra época.
En cambio, los
valores están arraigados en la vocación espiritual del hombre. Nuestros fines
determinan el carácter de nuestra civilización, y nuestra escala de valores, la
altura de nuestra cultura. Por mucho que los fines y los valores sean
diferentes en su esencia y hayan surgido en terrenos distintos, no dejan de estar
relacionados entre sí.
¿Con qué podría
estar relacionada nuestra escala de valores, sino con nuestros fines? ¿Cómo
adquieren sentido nuestros fines, sino a través de los valores?
La existencia
humana sólo puede basarse en el conjunto formado por ambos. Mientras que uno
asegura a los hombres su existencia vital, el otro posibilita su existencia
intelectual. Si estos postulados son válidos para todas las actividades
humanas, incluso para la exteriorización más silenciosa de una diferencia de
valores, tanto más vinculantes son en el campo de la arquitectura.
La arquitectura, en
sus formas más sencillas, tiene su origen en la utilidad, pero, a través de
toda la escala de valores, se extiende hasta el campo de la existencia
espiritual, el campo de los significados y la esfera del arte puro. La
enseñanza de la arquitectura ha de responder a este estado de las cosas para
alcanzar su neta. Se ha de adaptar a esta estructura. De hecho, no puede ser
otra cosa que un constante desdoblamiento de todas estas relaciones y
dependencias.
Paso a paso, ha de
explicar aquello que es posible, aquello que es necesario y aquello que tiene
sentido. Si enseñar tiene algún sentido, entonces es aquel de formar y
comprometer. Ha de llevar desde la ausencia de compromiso de la opción al
compromiso del conocimiento, ha de conducir desde el ámbito de la casualidad y
la arbitrariedad hasta el campo de la clara regularidad de un orden espiritual.
Por ello guiaremos a nuestros alumnos por el camino disciplinado desde los
materiales, a través de los fines de la formalización. Queremos llevarlos hasta
el sano mundo de las construcciones
primitivas, allí donde cualquier hachazo aún significaba algo y
cualquier golpe de cincel era realmente una expresión.
¿Dónde se destaca
con mayor claridad la estructura de una vivienda o un edificio, que en las
construcciones de madera de la Antigüedad? ¿Dónde se destaca
con mayor claridad la unidad de materiales, método de construcción y forma
resultante? Aquí se esconde la sabiduría de muchas generaciones. ¡Qué sabiduría
para emplear los materiales revelan estas construcciones y qué potencia
expresiva poseen sus formas! ¡Qué calor irradian y cuán bellas son! Suenan como
viejas canciones.
En las
construcciones de piedra nos encontramos ante lo mismo. ¡Qué sensibilidad tan
natural tienen! ¡Qué clara comprensión de los materiales, qué seguridad en su
utilización, qué sensibilidad por aquello que se puede y debe hacer con piedra!
¿Dónde encontramos tanta riqueza estructural?
¿Dónde podríamos
encontrar una fuerza más sana y una belleza más natural, que no aquí? ¡Con qué
claridad tan evidente descansan las vigas del techo sobre estos antiguos muros
de piedra y con qué sensibilidad se recorta un hueco en estos muros para
colocar una puerta!
¿En qué otra parte
deberían crecer los jóvenes arquitectos, si no en la atmósfera de este
saludable mundo y en qué otra parte podrían aprender a obrar con inteligencia y
sencillez, sino es a partir de estos maestros desconocidos? El ladrillo es otro
maestro pedagógico. ¡Qué espiritual es el pequeño formato tan manejable y
utilizable para cualquier finalidad! ¡Qué lógica muestra su manera de
ensamblarse! ¡Qué vivacidad revela su juego de juntas! ¡Qué riqueza posee
incluso el paño de pared más simple! ¡Pero qué disciplina exige este material! Así,
cada material posee sus propias características, que hay que conocer para
trabajar con él.
Todo esto también
es válido para el acero y el hormigón. En realidad no esperamos nada de los
materiales, sino únicamente de su empleo correcto. Tampoco los nuevos
materiales nos aseguran una superioridad. Un material sólo vale lo que hagamos
con él. Al igual que queremos conocer los materiales, debemos conocer la
naturaleza de nuestros fines. Queremos analizarlos con claridad. Queremos saber
cuál es su contenido. Queremos saber en qué se diferencia realmente una
vivienda de otra. Queremos saber lo que se puede ser, lo que debe ser y lo que
no puede ser.
Por lo tanto,
queremos conocer su esencia. De esta manera analizaremos todos los fines que
aparezcan y estudiaremos su carácter en el punto de partida de la
formalización. Al igual que
adquirimos un conocimiento de los materiales –al igual que queremos conocer la
naturaleza de nuestros fines- también queremos aproximarnos a la situación
espiritual en la que nos encontramos. Esa es una condición necesaria para obrar
correctamente en el ámbito cultural. También aquí tenemos que saber qué sucede,
pues dependemos de nuestra época.
Por ello debemos
llegar a conocer las fuerzas fundamentales e impulsoras de nuestra época.
Tenemos que emprender un análisis de su estructura, es decir, de los materiales
y de los aspectos funcionales e intelectuales. Queremos poner en claro en qué
coincide nuestra época con las anteriores y en qué se diferencia de ellas. Aquí
se presentará a los estudiantes el problema de la técnica. Intentaremos
plantear verdaderas preguntas. Preguntas sobre el valor y el significado de la
técnica. Queremos mostrar, que no sólo nos promete poder y grandeza, sino que
también encierra determinados peligros. Que para ella también es válido que lo
positivo siempre va acompañado de algo negativo. Y que aquí el hombre tiene que
acertar al tomar decisiones.
Pero toda decisión
se orienta a un determinado orden. Por ello también queremos iluminar los
órdenes posibles y aclarar sus principios. Queremos caracterizar al principio
mecanicista de orden como una enfatización de las tendencias materiales y
funcionales. Esto no satisface nuestro sentido por la función servidora de los
medios y nuestro interés por la dignidad y el valor.
Sin embargo, el
principio idealista de orden, debido a su enfatización de lo ideal y de lo
formal, no está en condiciones de satisfacer ni nuestro interés por la verdad y
la simplicidad, ni nuestro sentido práctico. Pondremos en claro el principio
orgánico de orden como una determinación del sentido y la proporción de las partes
y su relación con el todo. Y por esto nos decidimos. La larga trayectoria del
material hasta la configuración, a través de los fines, sólo tiene un único
objetivo: crear orden en la desesperante confusión de nuestros días.
Pero queremos un
orden que otorgue a cada objeto su sitio. Y queremos dar a cada objeto aquello
que le corresponde por su esencia. Queremos
hacer todo esto de una manera tan perfecta que el mundo de nuestras creaciones
empiece a florecer desde su interior. No queremos nada más. Tampoco podemos
hacer nada más.
Nada delimita mejor
el objetivo y el sentido de nuestro trabajo que las profundas palabras de San
Agustín: “¡La belleza es el resplandor de la verdad!”
Gran texto, que no conocía, ¡gracias por compartirlo!
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