martes, 21 de mayo de 2013

Palabras para Claudia

Palabras para Claudia

Álvaro Abellán

Es de noche y no puedo dormir. Recuerdo el día en que naciste, el día en que supe que iba a ser tu padrino -¡nada menos que tu segundo padre! ¡El responsable de educarte, protegerte y cuidarte allá donde no alcance el primero!-. Recuerdo el día en que compré tu medalla de la Virgen protectora y el Sagrado Corazón de Jesús. El día de tu bautismo, en que juré educarte en la Fe. Y recordaré, seguro, todo «lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso».

Muchos te dirán que los milagros no existen. No les creas. Cualquier persona sensible que experimente el nacer de un ser humano, sabrá que, ahí, precisamente, sucede uno. Es un acontecimiento milagroso el que aparezca en el mundo una persona muy pequeñita e indefensa, pero absolutamente nueva, original, irrepetible. Así es la llegada de cada uno de nosotros. También la tuya. Pero en la tuya hubo algo aún más especial, más milagroso, más hermoso.

Cuando tu madre dio a luz a su primer hijo, le diagnosticaron una enfermedad terrible y peligrosa. No quieras conocer el nombre. Basta saber que, de desarrollarse, estaría débil y enferma toda la vida. Médicos y familiares quisieron protegerla y le dijeron que no tuviera más hijos, porque eso podría potenciar, acelerar o “activar” su enfermedad. Pero ella y su marido, valientes y dispuestos a acompañarse en esta aventura de resultado incierto, tuvieron un segundo hijo. Fue bien y todos respiraron tranquilos, pensando: “Ya tiene dos niños, ahora parará y cuidará su salud”. Pero ella decidió tener un tercero y de nuevo su marido estuvo a su lado. Guardaban aún mucho amor y muchas fuerzas y no querían quedárselas para sí: «Todo el amor que no se da, se pierde», parecían decir con su actitud. Jugándose la salud y desoyendo a quienes buscaron protegerla, quedó embarazada por tercera vez. Tuvo un parto muy difícil y nació una niña: tú.

Si todo nacer humano es un milagro, en estos tiempos -donde los valores matrimoniales tienen más que ver con viajar, vivir bien, tener de todo y no agobiarse con gastos innecesarios-, el milagro es doble. Si, además, lo que se juegan los padres no es sólo dinero y comodidad, sino la salud, el milagro es de esos que merecen ser publicados, difundidos, cantados a los cuatro vientos: ¡Ha nacido Claudia!
Tu padre me ha advertido: «Ya sabes lo que te toca, edúcamela bien». Recojo el reto y, si Dios quiere, tendrás regalos, tendrás caricias, tendrás abrazos y tendrás consejos. Pero lo primero que quiero regalarte, hoy y siempre, son palabras. Unas en forma de oración, para que cuando yo esté con Dios, tú estés conmigo. Otras, en forma de diálogo, para mirarnos a los ojos y sacar, uno de otro, lo mejor que cada uno llevamos dentro. Otras, en forma de letras, para que así, las horas que no duerma pensando en ti como ahora pienso, también te hablen.

Aún no sabes hablar, ni entiendes siquiera una palabra de las que amorosamente te dirigen tus padres. Pero el milagro de las letras -otro milagro- me permite ya hablar contigo, como el milagro de la oración hizo que ya rezáramos, juntos, nuestro primer Padrenuestro. Aún no sabes hablar, pero tu nacer encierra ya la primera lección de amor y fe. Pues cuando empieces a ser consciente de que estás viva, de que tienes la oportunidad de reír y llorar, de comer, de brincar, de dormir, de jugar… tendrás que preguntarte a quién se lo debes. Y entonces recordaré estas palabras y te diré: «Se lo debes a un milagro. A un milagro muy especial, que merece ser publicado, difundido, cantado a los cuatro vientos. A un milagro de amor y de fe».

Así, cuando sea de noche y no puedas dormir, recordarás que naciste del amor de Dios y por el amor y el valor de tus padres. Recordarás que, aunque te sientas pequeña e indefensa, Dios te llamó ya desde la eternidad, y la respuesta de fe y libertad de tus padres te ha traído hasta aquí. Y siempre, siempre, siempre: acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.


Texto por Álvaro Abellán
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